Mi querida Tercera Fuerza: "Memorias"
San Bartolo Coyotepec, Oaxaca a 23 de Septiembre de 2023
Memorias
El mejor campo de beisbol es el de la infancia. En mi caso era en la calle Brasil de la Col. América, una vía de terracería con más piedras que el Pedro Vázquez, pero para su humilde servidor (que no sirve de mucho), esa calle era mejor que la alfombra de pasto importado de la Academia o el pastito artificial de los Guerreros de Oaxaca o que del pasto sagrado del Eloy; el cual nunca he pisado, pues está vetado para nosotros los mortales.
Recuerden su infancia queridos 4 lectores, quizás no fue llena de viajes o lujos, ni entrenadores certificados o uniformes elegantes, pero en términos de beisbol fue destacado con un balón de básquet pochado como manopla, con un guante prestado, un palo cualquiera de bat, una gorra que marcaba tu apodo para siempre, las rodillas raspadas, sin filtros solares: en una palabra, jugábamos en el paraíso. Cada juego suponía salir a partirse la cara, con la certeza de vivir una aventura nueva, algún momento de risa o de lágrimas de frustración.
Nosotros salíamos a la calle con una verdadera escena del cine de oro mexicano:
- Ya me voy ma.
- ¡A dónde vas chamaco sinvergüenza!
- Al campo de beisbol ma.
- ¿Llevas todo? Ni creas que te voy a llevar nada.
- Si ma. Me prestas un peso pal chesco.
- ¡Y tú crees que estoy cagando dinero o qué?. Toma agua de la calle. O pídele a esos güeritos cagaleche que van a jugar ahí que te den un poco.
- Si ma.
- ¡Ah no llegues tarde sino te voy a dar una chancliza!
- No ma.
Y así me iba a jugar, sin un peso pal chesco, muchas veces sin desayunar, tampoco con manopla propia, pero eso sí, me iba caminando sólo (tendría unos 11 o 12 años, se podía caminar solo) pues nunca, nunca, nunca me fueron a ver jugar mis padres ni siquiera cuando jugué con la selección infantil.
Muy diferentes a los nuevos tiempos y generaciones:
- ¿Mañana juegas bebé?
- Si mami, jugamos contra Cuervos.
- Llevas suéter, no lo vayas a perder mijo. No te asolees tanto. Ya te guardé todo en tu maleta: filtro solar, repelente, Gatorade, y una estampita de Santo Cristo del Cerro del Fortín.
- ¿Para qué? Bueno, eso nuca se sabe. ¿Me pusiste lonche mami?
- Si y te dejé $200 para lo que se ofrezca bebé pechocho. Pero no tomes mucho.
- Ok ma.
Pero no les culpo amables nuevos lectores, el Oaxaca de antes y el Oaxaca de hoy son muy distintos. Nos íbamos caminando solos y solitos nos lavábamos las heridas. Nos íbamos a jugar con los cuates a la banqueta. Lo nuestra era vivir, la vida estaba en la calle, en las bajaditas con un carrito de madera y valeros, el mundo real se veía desde un árbol, no desde una IPhone.
Me imagino a mi santa madre mandándome sólo a jugar diciéndome mil peladeces para que no llegara ni tan sucio ni tan tarde ni tan golpeado, pero por dentro en el insondable terruño de corazón materno aunque no lo dijera me decía:
- Que te vaya bonito, ojalá ganes, ojalá y te metan a jugar. Te quiero mucho mijo.
Estos días de navegación difícil en la vida, la brújula que me sigue guiando es mi pasado humilde y mi madre esperándome sin decirme apenas nada, pero sabedora de que ya estaba en casa.
Un día de mis lejanos 14 años me rompí profundamente la ceja con un pelotazo, estaba yo estrenándome en la 3ª fuerza de la Liga Oaxaca, con un equipo que se llamaba Venados, era un equipo que traía muchos veteranos y unos enclenques chavitos recién bajados del cerro. El papá del “Bebé” y del “Nene”, era el manager. Como buenos veteranos, solidariamente me auxiliaron y aunque ustedes no lo crean, no había agua, sólo cervezas, así que “lavaron” la herida que ha decir verdad sangraba a montones, pusieron papel de estraza o estopa del mecánico Don Gil y una media muy larga que sirvió de venda bien apretada. Llegué a la casa apestando a cerveza y lleno de sangre. Mi santa madre arremetió contra mí a manotazos y gritos:
- Mira nomás, condenado chamaco, yo te parí yo misma te voy a matar.
Lo peor fue cuando quitó el improvisado vendaje y volvió a sangrar la herida, observando lo profunda que era, me metió a la regadera para quitarme la sangre y el olor a cerveza, de la cual no había probado ni una gota… pero era más fácil terminar la carretera a Puerto de que ella me creyera.
Estuve castigado sin beisbol un buen tiempo, la cicatriz aún existe, la puedes mirar el próximo domingo, está arriba de mi ojo derecho y lo más seguro es que quizás siga oliendo a cerveza.
¡A que buenos tiempos aquellos!
MARIANO ESTRADA MTZ
SEP 23
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